sábado, 28 de febrero de 2009

EL HOMBRE QUE PERDIÓ EL PARAÍSO



EL HOMBRE QUE PERDIÓ EL PARAÍSO
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

Al amanecer la luz que se filtraba por la ventana hirió los ojos de Gian Cusack, éste se los restregó repetidas veces con el índice y su primera mirada se posó en el ventanal de cortinas de tul, sintió su propia vida tan enrarecida y carente, su mundo personal parecía detenido, tan inerte, casi como su misma estructura corpórea, a pesar de ser él un hombre de buena salud y andar en buen estado físico. No, no habría nada que temer para un hombre organizado, sus asuntos mundanos allá afuera andaban sobre ruedas.

Cusack se paseo por la casa y se alegró de saber que aquel día estaría solo, el hombre que cuidaba de sus asuntos domésticos y que hacía las veces de mayordomo, chofer y hortelano, tenía el día libre y a nadie más que a él le agradaba tanto la complacencia en soledad y aquella permanencia lejos de cualquier tumultuoso ruido. Se acercó hacia el espejo del salón principal y se vio en verdad tan distinto, se palpó con ambas manos su rostro extraño y macilento, por unos instantes no pudo y tampoco quiso convencerse de sí mismo; pero, no sería fácil negarse. Luego erró de arriba bajo. Aquella soledad distaba de ser una especie de aburrimiento, pues solía procurarse siempre de alguna forma que distrajera sus horas vacías, sin duda había aprendido bien a manejar su propio mundo; se podría decir que, creía haber logrado asumir los controles de su propia vida a fuerza de silencio y ecuanimidad.

Por la tarde se hundió en su sillón albazano, aquel predilecto de sus horas, se complacía sobremanera en aquella actitud de pensante vaguedad o condescendiente desconsuelo, que para él venía a ser el final de cualquier circunstancia, una especie de panacea dulce y anestesiante, para cualquiera de sus males y contentos. Tenía la aparente afección de gustar de aquel aspecto gris y desértico de la vida, en verdad, nada más falso y nadie más manifiesto en sociedad y asuntos festivos. Su vida: una aparente ficción o el mero resultante de haber aprendido a vivir en dos mundos, el suyo y el de los demás y es que todos no se ven en igual circunstancia, aprender a repartirse entre dos mundos, como Gian Cusack. Mientras más rico su propio mundo interior, más divisiones que conciliar y guerras interiores que vencer. Pero lo peor de todo no era eso para él.

Aquel veneno que mataba a diario a Gian Cusack al mirar la ventana de su alcoba, eran aquellas lagunas mentales que había aprendido bien a hacer en sus pensamientos, por dolorosos, lancinantes o felices párrafos de su vida pasada. Cusack, había llegado a ser casi un experto en interpolaciones de pensamientos, en yuxtaposiciones y castración de ilusiones, había dejado de soñar despierto, los días felices y las amarguras, no tenía ciertas memorias pasadas, por temor a sufrir y ya no se alimentaba una parte importante de sí mismo, de pronto era como si la mecha de su mente, se hubiese apagado por falta de fuego, de quimeras y sueños; y aunque vivía en la cuidad, en su casa y en su cuerpo, empero estaba muerto en espíritu. Sus temores se tornaban espantosos al pensar en sufrir, quizás por conocer el derrumbe de sus castillos de naipes. Las vicisitudes de la vida lo habían vuelto así…Y es que Cusack había llegado a soñar la vida y el amor demasiado bellos, quizás muy alto. De iluso soñador empedernido y creyente hombre de fe, pasó a ser el pesimista y desconfiado hombre sin destino etéreo.

Sí alguien le proponía un negocio de éxito seguro, lo rechazaba de plano, si le hablaban de ángeles en las estrellas, aunque los viera aguardando sus sueños, no lo creía, si en cualquier juego de la vida, estaba en sus manos la victoria, la incredulidad y la duda lo hacían perder; si el amor estaba a un paso, de pronto le acometía la idea de sus acostumbradas interpolaciones mentales, quienes le decían que ya nada feliz podría ocurrirle, entonces les daba la espalda sin dar el paso. Cusack ya no creía en nada ni en nadie, cualquier barrunto de suerte y felicidad, se hacían para sí una sonrisa incrédula y una mueca de escepticismo.

Para Cusack al amanecer, el ventanal de su alcoba ya no le decía nada, ya no sería el presagio feliz de otro día, un día nuevo, porque se hallaba mutilado y sin alas, la esperanza no hacía más vaivenes optimistas en su cabeza y lo peor; no podría soñar felicidades futuras, sin verse preso de fantasmas burlándose de él.

El ventanal, aquel naciente ventanal de sus mañanas, ya no podía ser visto sin amargura, no hacía más castillos porque se le derruían antes de empezar a edificarlos, su presente ya no podía ser pre-fabricado, ni hilvanado en los canales secretos de su mente, mientras el destino lo dejaba errar sin que tuviese opción de elegir su presente, y así inevitablemente los hilos superiores se cortaban y su fe se desvanecía en aras de la dubitación y el peligro.

Aquella tarde del domingo, sin proponérselo Cusack, se había adormecido con profundidad en su sillón favorito, de pronto se sintió vagar muy lejos de allí, hacía aquellas fronteras prohibidas por él mismo, atravesó un túnel complicado y brumoso, pero aún así, se sintió liviano y pronto se vio emergiendo en sueños por un obturador y un flash luminoso lo llevó hacía alguna resplandeciente divinidad, quien le dio la bienvenida diciéndole que estaba en el paraíso, allí él volvió a ser más Gian Cusack que nunca, el escepticismo le podía, ya estaba acostumbrado y se rió incrédulo. No creyó y perdió el paraíso. Gian Cusack había muerto.


Trujillo, 31 de octubre de 1979.
Del Libro: "Relatos de Extravío"