sábado, 28 de febrero de 2009

ITINERARIOS DE LA AUSENCIA



ITINERARIOS DE LA AUSENCIA
(Por. Gina Martínez-Vargas Araníbar)

Me pasé algún tiempo apoyada en el alféizar de la ventana, el reloj del tiempo parecía detenido, estático, tenía una sensación de ingravidez que no deseaba abandonar, suspendidas en las muñecas creía tener aún las marcas de la catenaria y la oscuridad líquida de todos mis pasados arrestos, aún me daban ardores tenues en los ojos y una cierta sensación de fotofobia, al encontrarse con la luz de la mañana que llegaba desde afuera, como si conservara el cansancio de esas noches hermosas del castigo, de expiación e irrealidad. Me pareció que existían breves resquicios de algún invierno inacabado e intenso, quizás uno en el cual intenté recomponer sus fragmentos rotos, cual si fuese un puzzle, con sus 6 estaciones de amor y de dolor. No me aventuré en soñar con el futuro, porque sólo parecía quedarse en una figura retórica salpicada de esperanza, en cambio anhelaba poder diseñar la cartografía del paraíso sin saberlo.

Yo había nacido para escudriñar lo recóndito, hacia allí me aproximaba sin saberlo, a menudo estaba sumida en sus dédalos complicados. Aquel alféizar del ventanal me otorgaba el feliz privilegio de la divagación, el llegar a sentir que el dulce far niente tenía un sentido, la seguridad de traspasar esos umbrales desconocidos, caldo de cultivo de las imaginaciones fértiles. Sin embargo, creyendo o no hacer algo necesario, me quedaba en albis… Walser solía decir: “El que se empeña en no pensar, hace algo verdaderamente necesario”, pero pensar en plena época estival era peor que hacer ejercicios físicos, no había cabida para ello realmente. El disfrute de la divagación venía a constituir a veces un artilugio interesante y cautivador en medio de los otros encantos que vivir y disfrutar.

El “Rez de Chaussé” que nos cobijó en París, era pulcro y tenía buenas vistas, mirando hacia el río Sena y en plena rue de Quai de Gresves, junto al Metro de Châtelet y delante du Théâtre de la Ville. El servicio de habitaciones se apersonaba siempre a una buena hora de la cual no nos apercibíamos sino después, al retornar de nuestros paseos o de algún restaurante enclavado en el corazón de la ciudad, dependiendo siempre de nuestras rutas y planes pedestres o de itinerarios específicos, las compras en la amplia y elegante Avenida des Champs Elysées. Las gratísimas visitas al Musée de Louvre, el Musée del Petit Palais o el Musée des Beaux Arts, el Georges Pompidou, el Musée D’Orsay, repasos de otros viajes a la Ciudad Luz francesa. La reiterada e inolvidable visita a Casa del escritor Honore de Balzac, convertida en Musée y a la cual le había hecho tantas fotos el 97, hace unos 12 años, en la misma rue 47 de Reynouard, junto a la Maison Circular de Radio France. Por fortuna a diferencia de otras memorias, mis evocaciones de viajes estivales, no se habían terminado por pulverizar, lo conocido ya parecía darnos la bienvenida y nos abría los brazos otra vez.

Quise dar un recorrido por el Père-Lachaise y conservar en mi memoria la última morada de algunas celebridades mundiales, ya guardaba las memorias del Passy, Montmartre y Montparnasse. Allí tuve la inquietud de hallar la última morada de los que fueran amantes eternos, Pedro Abelardo y Eloísa, que reposan juntos en la división 7, los envidié muy sanamente y supuse que quedar así con un gran amor para la eternidad, era un verdadero privilegio, una gloria, casi el último capricho terreno de cualquier alma enamorada e increíblemente interesante; hallé más tarde al dramaturgo Mollière, en la división 25; al gran novelista Honore de Balzac, en la división 48 y pensé brevemente en sus grandes fatigas por escribir tan buenas novelas, sin duda un Gran Maestro; Guillaume de Apollinaire, había quedado en la división 86; Frèdèric Chopin, en la división 11; la voluptuosa y sensual escritora, Sidonie Colette, cuyo estilo me gusta mucho, en la división 4; la gran soprano del bel canto, María Callas, que reposará por siempre en la división 87; mi entrañable escritor Marcel Proust, en la división 85, tuve momentos especialmente silentes para él, para su gran genio y talento que venero y amo profundamente; el grande, maravilloso y controvertido Oscar Wilde, quien desde 1950 descansa junto a Robert Ross, en la división 89; la encumbrada Edith Piaf, en cuya última morada se destaca su verdadero apellido paterno Gassion Piaf y quien fuera criada y cuidada en una casa de prostitución por las prostitutas en Bernay, Normandía, porque la abuela que la criaba regentaba aquel prostíbulo y quien descansa en la división 97; entre otros muchos que se me escapan ahora, la morada última del cantante Yves Montand, quien está en la división 44 junto a su esposa, la actriz, Ivonne Signoret. Algunas de estas últimas moradas las encontré llenas de flores y otras casi olvidadas por la modernidad, la indiferencia y el tiempo, por lo cual tomé mis propias diligencias y les compré unos modestos ramitos de flores, como señal casi oculta y críptica de mi visita. Al abandonar el Pére-Lachaise, tuve la certidumbre de una aguda conciencia, del pequeño instante que brillaremos y la luenga, interminable, prolongada, que nos apagaremos, para sumirnos en la posible eternidad espacio-temporal, del oscuro agujero de gusano, para pernoctar dulce y apaciblemente en aquella estación de media noche.

En Viena teníamos un lugar de reserva desde Barcelona, en el City Hotel Deutschmeister, en la 30 de Hahngasse, en la zona norte de la ciudad: Alsergrund, cercana a un paso al Museo Sigmund Freud, estuvimos en aquel Museo antes de aquella noche de ópera que nos regalamos y también en el 19 de Bergasse, casa o residencia de Sigmund Freud. Todo parecía diluirse en aquel tráfago citadino, pero sentí necesitar de aquella atmósfera fría, casi germana, para poder seguir elaborando ideas y pensando con una cierta normalidad en plena época estival, lo cual ya era un placer. Realizamos una visita guiada por la catedral de San Esteban con su gran torre de 137 metros de alto llamada "Steffl", nos mostraron los lugares nocturnos de marcha vieneses, en los llamados Gräzl y los muchos bares de copas al aire libre, que eran un encanto. Lograr estar en la Domgasse Strabe 5 de Viena, fue maravilloso, fue una de las muchas casas del genial Mozart, pero al parecer la única conservada y puesta como Museo. Tampoco logré sustraerme de probar la auténtica creación del austriaco Franz Sacher en su tierra natal, Viena, la denominada Tarta Sacher de chocolate, que me supo a gloria, no repetí sólo porque la porción era lo suficientemente grande, pero mi apremio goloso y pueril fue satisfecho a cabalidad, disfruté del consagrado y famoso postre, como nadie. ¡De pequeños grandes placeres está hecha la vida!.

Antes de dejar Barcelona yo había buscado infructuosamente el libro de la austriaca Fleur Jaeggy: "Los Hermosos Años del Castigo", que se había vendido con gran éxito en España el 91, pero cuya edición estaba al parecer agotada y me fue imposible obtener, (aún lo busco). Ansiaba con cierta insistencia llegar al lugar del Bausler Institut de Appenzell, donde la magistral Jaeggy estuvo internada y donde se inspiró para escribir ese libro. Sin haber vuelto a leerla otra vez, Jaeggy ya era amada por mi, no sólo por su bello estilo y construcción morfosintáxica, sino también por la exquisita y beligerante antinomia literaria que suele usar en sus escritos y la brevedad elocuente y seductora de su prosa. Después de repostar gasolina en Viena capital, emprendí rumbo hacia el cantón de Appenzell Rodas Exteriores, que nos llevaría hacia Herisau, también tierra del no menos ilustre y luminoso Robert Walser, quien terminaría confinado en un manicomio de Herisau voluntariamente, en cuyos abismos luminosos, benévolos, poblados de fuegos fatuos, se precipitó con furia de gigante, para luego adormecerse por siempre en una dulce dispersión de oscuridad… Así lo había expresado alguna vez el propio Walser con cierta premonición, antes de morir sobre la nieve, después de sus paseos cotidianos, cercanos al propio manicomio de Herisau. Toda esta pesquisa particular, venía a conformar parte de mi periplo, a veces soñador, aventurero o gamberril que me es innato, que suele acompañar normalmente mis viajes exploratorios, llenos de grandes dosis de curiosidad, ansias de conocimiento y búsquedas, algunas veces quijotescas, vacías e infructuosas ¿por qué no?.

En la bella Suiza pasamos esta vez de la interesante Laussanne y su gran lago de Ginebra y de la preciosa Neuchâtel junto a su apacible y deslumbrante lago, visitadas asiduamente en los otros viajes, para irnos en busca de la pequeña, fría y paradisíaca Interlaken, al pie de los nevados alpinos, con su bella casacada de Staubbach, de aguas heladas de deshielos de sus imponentes nevados. Nos quedamos en el Hotel Bären, rústico y acogedor, desde donde organizábamos los paseos y las salidas. Las vistas de sus espléndidos lagos era impresionante y llena de momentos calmos y de gran relax, los días más plácidos y más bellos de todo nuestro recorrido estival, creo yo los vivimos allí, sobrecogida de una gran paz y disfrutando de aquella naturaleza pródiga y sus grandes silencios.

La vorágine de la gran ciudad volvió a nosotros en Londres, nos alojamos en la calle Victoria Embankment, justo a orillas del río Thamesis, colindante al puente de Waterloo Br. Junto a la Somerset House. No nos faltó el recorrido por el céntrico Soho de Westminster, zona de antiguos artistas y lugar cosmopolita y nocturno, que congrega gran afluencia de gente, las visitas a sus tiendas, pubs, los recorridos más lejanos o hacía extramuros, los hicimos por el Metro, las interesantes visitas a los Museos, fueron momentos agradables y productivos de ir matando el tiempo e intentar conocer más de aquella efervescente ciudad. Cada mañana bajaba en busca del "London Daily", para hallar algún Concierto o Gala de interés, alguna representación teatral o puesta en escena, algún suceso de orden cultural o exposición relevante de interés. Preferí los taxis a coger el coche allí, por la extraña normativa del país inglés de circular siempre hacia la izquierda, rara y original costumbre británica, que me sacaba de quicio.

Había ansiado estar muy lejos de la tecnología del Internet y poder “desconectar” de casi todo, excepto lo que las propias ansias de mi vena escritora deseara realizar por ese medio; pero viendo que se cumplía el plazo de mi regreso a casa, miré en busca de algún correo electrónico de interés, me encontré entre otros, con un mail donde una casa editorial de Barcelona me anunciaba otra vez, la edición agotada del libro de Fleur Jaeggy que aún busco infructuosamente…Una lástima. Me quedé pensando en esto después, mientras observaba con una larga e infinita lentitud el río Thamesis, donde me perdí muy pronto para reencontrarme con un sueño que había tenido la noche anterior. Mi madre solía decir que a eso de las seis de la tarde era más fácil evocar los sueños, al parecer afloraban como mariposas cautivas, en mi caso no lograba hilvanar tanto surrealismo y rareza, los fragmentos parecían tener vagas conexiones desordenadas y no tener ni pies ni cabeza.

Sin estar como un Walser, cautiva en el manicomio de Herisau, me sobrecogió una leve angustia, me felicité de algún modo de poder recuperar ciertos fragmentos de mi misma. Creo que hay certeras angustias, desconocidas y súbitas, pero necesarias, que nos remiten hacia el raw material for himself, hacia el centro mismo de nuestro poder creativo, hacia una forma de realidad plástica. Casi le daba la razón a Emerson al referirse a los viajes, si al final logramos recrearnos de mil modos y vayamos donde vayamos siempre seremos los mismos. Quizás el arte de procastinar ilusoriamente, era causa de aquella repentina angustia, la conciencia de esa otra nebulosa, del deseo oculto de llegar a difuminarla tras las tenaces sombras del vacío, podríamos llamarla tal vez como Vila-Matas, una suerte de cierta “ética del hielo y la desesperación”, no lo sé… Al volver a sentir esa opresión de angustia, me quedaba no obstante y pese al bienestar y la paz reinantes, que me habían embargado todo el tiempo, un ennui súbito y desconocido, parecido al de una Emma Bovary ante la fragilidad de la existencia. Tener que regresar y dejar todo aquel periplo de evasiones, me producía un elegante desencanto, el tener que coger el aliento perdido de las grandes esperanzas otra vez…Quizás la sensación de despedida precedida de un avant-garde y un presumible encuentro con ciertos paraísos y avernos... No lo sé.

Londres, 27 de agosto 2008.