sábado, 28 de febrero de 2009

LA CONQUISTA DE LAS SOMBRAS



LA CONQUISTA DE LAS SOMBRAS
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

Otro otoño septentrional que se inicia. Se terminaron las luces iridiscentes, los resplandores pálidos teñidos de amarillos, después del ámbar crepuscular de las tardes extenuantes y adormecidas de memorias levemente tristes y tortuosas. La virulencia dañina de las horas impasibles e inevitablemente detenidas, hasta la espera del ocaso mas bien, plácido y tranquilo y algo más fresco que las mañanas o las primeras horas de la sobremesa. Se terminaron esos días, llegaron los matices fríos.

Barcelona pinta de azul, ese azul frío de la niebla, del hielo, de las primeras sombras grises, que van tiñendo y transformando a simples tonos fríos toda la amplia gama de una paleta de colores del espectro solar, para quedarse en un celeste gris que terminó por espantar a las golondrinas primaverales, que echaron a volar alzando su vuelo hacia otra primavera, hacia otras latitudes, donde seguramente florecen y empiezan a germinar nuevas esperanzas, nuevas posibilidades por llegar a ser. Desde luego, no oír ya el canto de aquellas alegres aves, me devuelve hacia el silencio de los campos verdes, el sonido del follaje de las hojas de los árboles, mecidas por las primeras ventiscas otoñales, donde seremos espectadores mudos y tranquilos, de la muerte verdusca y primaveral de aquella naturaleza, para vestirse de hojarasca y convertirse más bien en un simil de naturaleza muerta, disfrazando los humores y los días de un gris azulino como el humo, que tiende a difuminarse en la nada, para darnos la certeza pétrea y espectral de una ciudad que se levanta, tras el bosque de factorías de concreto y chimeneas; noción de su supuesto progreso y su adelanto.

Me sobrecoge un exquisito malestar muy propio de las horas grises, de aquellos trabajos azules, parecidos a los sueños que hay que defender en nuestra memoria, para convertir más tarde en detalles factuales y creativos de nosotros mismos. La inclemencia de las horas frías acompañadas de las solitarias cogitaciones filosóficas, que agrandan la vida y la hacen más intensa o más profunda, desde el fondo mismo de nuestra mirada, para terminar haciendo de las vagas curiosidades, dudosas e imprecisas razones, axiomas más bien preñados de complicidades tácticas, sustanciales y rotundos.

Creo en parte como Schelling, que es un acierto atribuirle a la existencia humana una tristeza fundamental, ineludible, donde se apoya la conciencia y el conocimiento y donde suele basarse en este fundamento sombrío toda percepción, aún más, él sostenía la tesis que el pensamiento es estrictamente inseparable de “una profunda e indestructible melancolía”. Digamos que la Cosmología actual ofrece una analogía a sus ideas, ya que aquella onda cósmica de longitudes inexorables, huellas del “Big Bang“, del nacimiento del universo, podrían llegar a ser “el ruido de fondo”, de todo cuanto hay por desarrollar internamente en nuestra conciencia y conocimiento como parte de un viaje interior. Como dijera “Jacob Von Gunten“, en la novela del mismo nombre de Robert Walser: “Tan sólo el recuerdo de una tarde de invierno, la nieve sobre las tumbas verticales, el movimiento perpetuo y la constancia del viaje interior en uno mismo, la expedición hacia el fin de la noche y el deseo de viajar sin retorno”, son parte de los seres imbuidos en esa nada, que aspiran a conocerse a sí mismos, pese al hiperrealismo en el que desemboca la vida y a pesar de la suave e imperceptible conquista de las sombras del otoño, el frío tan gris barnizado de un azul pálido como la luna gélida, que implorando por un poco de calor se muere, como los gatos callejeros por las frías heladas de las noches inclementes y caóticas .

Barcelona, 22 de septiembre 2008.