sábado, 28 de febrero de 2009

LO TRISTE Y LO BELLO



LO TRISTE Y LO BELLO
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

El otro día divagábamos tú y yo sobre cuestiones patentes que parecen embargar a ciertos escritores y artistas, la condición de una tristeza intrínseca, que va a conformar ese lado oscuro que nutre el espíritu de estos artífices del arte. Me incluiste en aquel grupo y me di por satisfecha y honrada, por no poder negar lo evidente, lo que está marcado a fuego en mi ser, mi auténtico dark Style, como impulso natural, casi ciego y recurrente para poder crear y mi naturaleza de apariencia poco feliz, que choca según tú, con mis supuestos logros y que daban la evidencia de alguien más bien poco fiel a su realidad cotidiana, siendo en esencia, antes que gris, afortunada.

A propósito del suicidio del joven y talentoso escritor David Foster Wallace, hace pocos días y que ha sorprendido y conmocionado al sector de las letras, hecho anticipado de una pulsión suicida, razón por la que fuera ingresado años antes en una clínica; tampoco será casual que su obra no esté exenta de amargura y tristeza. Después, me fue inevitable traer a colación a otras personalidades dispares, afamados escritores, inconformes e iconoclastas, pero con el mismo fondo arraigado en el alma, todos ellos suicidas por vocación, en cierto modo malditos y desencantados con su realidad. Entre la larga lista de los tristemente célebres están desde: Lucio Séneca, Ernest Hemingway, el dramaturgo alemán Heinrich Von Kleist, la suiza de origen, adoptada argentina: Alfonsina Storni y el escritor uruguayo Horario Quiroga; Yukio Mishima y Yasunari Kawabata, ambos japoneses y grandes amigos durante 25 años, con una gran devoción por la belleza y una gran atracción hacia la muerte; Mishima murió con su amante homosexual, Masakatsu Morita, en el mismo ritual suicida del Seppuku; el escritor italiano Cesare Pavese, la inglesa y no menos afamada Virginia Woolf, la escritora norteamericana Sylvia Plath, tanto como la escritora alemana Unica Zürn, estas tres últimas compartieron una misma razón de suicidio, el miedo a la locura inminente; la poeta argentina Alejandra Pizarnik, El escritor Leopoldo Lugones, el francés Guy de Maupassant, el suizo Stefan Sweig, el poeta galo Gerard de Nerval, entre otros muchos que engrosan la lista negra de escritores célebres suicidas ; todos ellos con el mismo leit motiv, de llevar la temible letanía del lado oscuro hasta el final. El mismo Hemigway reconociendo la naturaleza inevitable de la muerte habría expresado alguna vez: “La muerte es una prostituta que se acuesta con todo el mundo”. El escritor español Enrique Vila-Matas en su interesante y sugestivo libro: “Suicidios Ejemplares” nos describe más bien esa clase de suicidios a los que todos alguna vez sucumbimos, un recorrido moral sobre la muerte infligida por uno mismo y una suerte de suicidios que nos son inevitables.

Intentando encontrar razones me acerqué al libro “Contra la felicidad” de Eric G. Wilson, que une un estrecho parentesco entre psicología y literatura y hace una defensa a ultranza de la melancolía, como una fuerza vital y un motor para la creación, de donde cabalmente al parecer surge lo bello y lo profundo.

Wilson afirma la necesidad de la melancolía, como musa para la buena literatura, pintura y música, menciona a los afamados: Goya, Emily Dickinson, Marcel Proust y Abraham Lincoln, como grandes melancólicos incuestionables, y sostiene que espíritus como estos fueron los verdaderos artífices para avanzar la cultura y cuestiona más bien una cierta obsesión por la alegría e innegable hipocresía por el afan de demostrar bienestar a toda costa, dándonos el antídoto para terminar por aceptar nuestros momentos bajos, que no está precisamente en las llamadas “píldoras de la felicidad“ tipo Prozac, con sus activos de fluoxetina, paroxetina y venlafaxina, que más de 40 millones de personas toman hoy en día, para coadyuvar y soportar mejor ciertos duelos, desamores, fracasos, soledades, angustias y fobias de varios tipos, llevados por la depresión y el desaliento.

Ser feliz es un concepto difícil de elaborar, lo triste y todo cuanto engloba algún drama, se corresponde más cercanamente con nuestra realidad intrínseca, se puede ser feliz por momentos, lo utópico sería permanecer feliz toda una vida y sin altibajos, en cambio la tragedia humana, se circunscribe en cada rincón de la vida cotidiana, en todas las artes, parece ser un arquetipo de fondo, de lo bello y lo profundo, no necesariamente el único desde luego. El escritor Inglés Aldous Huxley en “Un Mundo Feliz”, nos recrea una sociedad plena, feliz y satisfecha, rayana en lo utópico, aunque su novela no deja de ser ambigua e irónica, revela un mundo en permanente felicidad y carente de problemas. No así abunda en la literatura universal, el elemento dramático por excelencia, sin duda es aquel que cala más hondo y parece mover al mundo del arte, desde luego, es producto de una realidad sincrética indisoluble. Para Goethe la felicidad es un ideal plebeyo. El filósofo español Gustavo Bueno, le llamó a ese sector de seres de apariencia feliz y que parecen eternizar el estado fugaz de la felicidad “la sociedad del mercado pletórico”, reconoce no obstante en su libro "El Mito de la Felicidad", que la felicidad es el estado de ánimo más anhelado a lo largo de la historia de la humanidad.

El filósofo renacentista italiano Marsilio Ficino, defendió su óptica sobre la melancolía, definiéndola como una característica del genio creador y literato. Así mismo afirmaba Aristóteles en una de sus obras: “No comprendo por qué todos los hombres geniales son melancólicos”. La Doctora Georgina Montemayor del Departamento de Anatomía de la UNAM expresa:"En sus inicios, el amor deviene en una obsesión de tales dimensiones que las personas dejan de ser productivas (...) de hecho las grandes obras de arte nunca se crearon cuando los autores estaban apasionados, sino después, en el proceso del desamor".

Bartra, escritor mexicano, en su libro “El Siglo de Oro de la Melancolía” expresa que en aquella época, la melancolía era razón de grandes discusiones, pues se le confería ciertos atributos, era una esperanza peligrosa pero atractiva, para alcanzar la prudencia y el ingenio y fue por entonces razón de grandes discrepancias galénicas entre Velásquez y Huarte sobre dicho humor negro. En cambio Bright en su “Tratado de la Melancolía”, la califica de nefasta, dice sin embargo: “La melancolía fue ciertamente un sistema coherente capaz de dar sentido al sufrimiento y al desorden mental; proporcionó un medio de comunicar los sentimientos de soledad y una manera de expresar la incomunicación”.

La literatura está plagada de dramas humanos y cotidianos, la tristeza de Herman Melville en su Moby Dick, el escritor norteamericano de un best seller, Percy Walker, aborda ese lado oscuro en “El Síndrome de Tanatos”, la sugestiva y reiterada presencia de aquella denominada por Berlioz: Idée Fixe, que ronda sin cesar el cerebro humano. León Tolstói en las primeras páginas de Ana Karenina escribe: “Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera…”

Al parecer en cierto modo el éxtasis melancólico es tenido en cuenta para hacer estallar la creatividad, por tocar ciertas fibras sensibles y ayudar al artista y creador a zambullirse en las profundidades de su lado más oscuro, donde se esconde todo aquello que se calla y lo atormenta y es incapaz de aflorar en estados de bienestar y cierta felicidad.

Para vivir yo necesito reír y pasármelo bien, experimentar con mi parte lúdica, acudiendo al llamado constante de mi niña interior, ya lo sabes; para escribir necesito en cambio, que me inunde otra sustancia más gris. Pero para terminar yo me quedo con la frase de Schulz: La felicidad es una canción triste, definitivamente.

Barcelona, 15 de Octubre de 2008.