sábado, 28 de febrero de 2009

NATURALEZA ROTA Y LOS HAPPY END

(Foto: Roberte Doisneau, junto al Ayuntamiento de París y frente al L'Hotel La Ville. La más vendida de la historia, con 410.000 copias. París 1950)

NATURALEZA ROTA Y LOS HAPPY END
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

Siempre me he preguntado qué de bueno tienen todavía para los adultos los melindres a lo Corín Tellado y con finales de cuentos de hadas, donde el chico logra besar finalmente a la chica y luego comen perdices y son muy felices per saecula saeculorum. Casi todas las historias de la vida, con menos romance y menos ficción, son las que logran interesarme de verdad, porque creo que están más cercanas a la vida real, porque llevan impreso el desencanto que ignoramos a los 15 y afirmamos con mayor certeza quizás a partir de los 30, ó antes o después, de cualquier modo, tanta dicha y fantasía en los relatos puede servirnos como válvula de escape, como algún refugio de ciertos chubascos, a los que debemos ver la cara o más tarde o más temprano.

Los cuentos de los Grimm, los de Charles Perrault, las Fábulas de Esopo, La Fontaine o Samaniego, creo yo, ya hicieron su parte instructiva y moralista quizás de la época de los años 20 a los 70. Los chicos de este tiempo que vienen más listos y despiertos que antes, parecen estar en cierto modo mucho más suspicaces y renuentes a tragarse los cuentos... ni con queso. Aquellas narraciones, desprovistas de lirismo, descarnadamente crudas e impregnadas de realismo, como las de Truman Capote, Tennessee Williams, Scott Fitzgeralt, Faulkner, Carson McCullers, maestros de la non-ficción-novel, más bien del sentido estético de lo sórdido, muestran sin embargo otras realidades que abordar, un mundo más veloz y más salvaje, un reflejo espeluznante y más atormentado de nuestras sociedades vertiginosas, que parecen arrastrar con ellas, el caudal de un río más turbulento y más turbio. Las frustraciones y desengaños que nos permite vislumbrar un Hemingway, las complejas elucubraciones y tortuosas evocaciones de una Virginia Woolf, un Marcel Prust, o un James Joyce, inmersas en un universo más reflexivo y más pensante, y porqué no más racionales y veraces, entre tanta ficción edulcorada.

Tras la maldad, la violencia y desencanto, hay siempre una naturaleza que se quiebra, que se rompe, la fragilidad de unos sueños rotos, la vulnerabilidad de un ser que se queda con las alas quebradizas, que va perdiendo las ilusiones y los sueños. El cuento de hadas se va convirtiendo siempre en una naturaleza de factura delicada, que va cambiando conforme vivimos. La realidad va superando a cualquier ficción. En nuestros días el relato crudo de las sociedades cobra vigencia. La concepción desencantada del hombre adulto y el anhelo de recuperar mediante cuentos, idealizando la infancia a la vez con inocencia y picardía, se va quedando en el camino, en nuestros días. Quizás la única forma de recuperar ese lirismo fantástico a lo Charles Dickens o Lewis Carrol, esté en cierto modo en adentrarnos y en hallar a ultranza a nuestro niño (a) interior, e intentar en lo posible, la recuperación superlativa de aquella sustancia, antes que perderla definitivamente entre los códigos y reglas de los cánones adultos, ya sea por la crudeza y la desesperanza de la vida, verdadero vaso comunicante entre literatura y vida.

Volviendo sin embargo hacia el panorama de los happy end, me quedo con un final de cuento de Antón Chéjov, de “El Beso”, una desencantada realidad, que se termina por quebrar después de haber despegado en un vuelo maravilloso de total irrealidad, atormentado y desafortunadamente fantástico, para romperse en añicos tras la certidumbre y la apabullante realidad, falta y desprovista de esperanza alguna. Cualquier mortal podría ser como el Riabóvich de "El Beso", uno de esos cuentos que nos deja tras el dulzor, un sabor amargo de los sad end. Esos son fragmentos de la vida real, todos ellos esconden un secreto debajo de la desnudez con que se cubren. Un secreto que sin ser explícito, perdura en la conciencia de los lectores con más intensidad que un final feliz de cuentos de hadas, porque son sucesos que suelen pasar cotidianamente y están destinados a marcarnos la existencia con textura indeleble y mantienen con vigor la eternidad de lo fugaz.

Me detuve en un semáforo y creí por un momento que allí también se detenía el mundo, el tráfico y el tiempo, cuando vi besarse a dos adolescentes apasionadamente en una esquina, traspasando el vértigo de lo inmediato, parecían ansiar devorarse el tiempo, con un afán voraz, desmesurado, y pensé que aún no les había llegado la hora de saberlo todo...¿Quién querría romperles sus sueños, contarles lo que siempre ha de venir después?...Las naturalezas no se rompen tan temprano,... tendrían que caerles muchas lluvias todavía, desteñirse y caerse aún mucha hojarasca del otoño, agobiar con sus calores muchas noches del estío, emerger muchas lunas de plata tras las sombras, hablar y rogar a las estrellas lo imposible, esperar en vano las ilusiones que no llegan con la aurora, necesitar esos crepúsculos marinos, para ahuyentar algunas sombras pertinaces, congelarse las palabras y los sueños por el frío, soñar sin dormir muchos happy end, llegar a incendiarse tras la pirotecnia y la alegría muchas Babilonias...Y perder, siempre perder, aspirando ganar unas tantas veces,... todavía...

Barcelona, septiembre 2008.