sábado, 28 de febrero de 2009

PRIMAVERA RESCATADA



PRIMAVERA RESCATADA
( Por. Gina Martínez-Vargas Araníbar)

El gradiente se acentúa, todo se va tiñendo de colores más vivos, el equinoccio del verano se barrunta cercano, las primeras modorras y los primeros cansancios y sopores hacen mella en nosotros, el sol es preciso e imponente, pródigo y abrasador a veces. Se ha puesto la primavera, ya lo decía yo: ¿Cómo llegar a conjugarla conmigo, con mi suerte, con mis oscuros matices, no será que yo también, como lo decías tú mi amigo napolitano, me he equivocado de estación?. No, pero allí está, imponiéndonos su canto, su mensaje, su color, su calor, su peso, su profusa presencia arrolladora, como se dice, alterándonos la sangre, envolviéndonos acaso en su abrazo tenue, inadvertido, cautivador, invitándonos a dejarnos envolver en su fluir vivificante, arrancándonos de ese sopor profundo y aletargado más propio del invierno y guiándonos con instinto sabio de la naturaleza hacia una suerte de florecimiento natural, de mutación, de cambio de traje y color, a sustituir nuestra carencia de serotonina en el cerebro, por esos componentes químicos que necesita nuestro ser para ser más felices, esa especie de Prosac natural e interior que al parecer está influido por el medio ambiente también. Una vez más la primavera se genera igualmente dentro de nosotros con el propósito de activarnos el potencial de la renovación y nos demuestra que el instinto de conservación en los seres vivos, no excluye al hombre en su proceso de cambio.

Los fines de semana me levanto muy tarde, antes de darme un baño o tomar el desayuno muy tranquilamente, ojeando las páginas del diario matutino “La Vanguardia”, ya el arrullo y el canto tenaz de las golondrinas apostadas bajo la cornisa de mi edificio, me han despertado, pero es imposible culpar a esa pródiga naturaleza de sacarme de mi sueño de inconciencia y pesadez; es imposible siquiera culpar a esas frágiles criaturas cantarinas de ser felices, de anunciarme otra mañana, otra primavera fértil y naciente, otra casualidad del existir, de dejarme la incógnita de la vida por redescubrir; entonces me siento más feliz por contagio, abro mis ventanas, y recuerdo una de las reglas vitales del alquimista Paracelso, respirar profundamente al aire libre o asomada a una ventana y así transito con cierto aire de vitalidad en el nuevo día. Dado que el imperativo me invita a trasmutar cualquier pesadumbre o problema, yo, presa de una cierta indolencia y docilidad me dejo llevar por ese fluir de la vida sin resistirme siquiera a seguir viviendo, olvidando los dolores, desengaños, desamores y demás singularidades que de un modo u otro obstaculizan nuestra felicidad y recordando también el sugerente título del libro del escritor español Alejandro Casona: “Prohibido suicidarse en Primavera”. Y me digo, que la vida es sabia y está llena de un gran misterio.

Hace unos pocos años dejé la ciudad de Barcelona en busca de una mayor calidad de vida y salí hacia extramuros, me compré un piso amplio y bonito, para los pocos que estaríamos en casa, con muchas ventanas y luminoso, pero lo más atractivo del mismo eran sus maravillosas e irresistibles vistas, unos campos verdes que se cubren de amapolas rojas en primavera, unos árboles y a lo lejos una visión maravillosa y nevada, —sobre todo en invierno— de los pirineos catalanes, para mi extasiante, más si al frente no tengo construcciones, ni las ventanas de unos vecinos fisgones, ni cordeles con ropa colgada, ni bullas, ni voces molestas que incomodan, ni el tráfago citadino de los coches, sino las vistas de estos campos verdes como campos de golf, que se cubren de amapolas rojas en mayo e inspiran paz, sosiego, tranquilidad, ideal para leer, para pensar, para sentir el silencio e incluso el cantar de las golondrinas, alborotadas y felices cada mañana.

Puestos a pensar, todo de la primavera es medicinal, dios no quiso que nos equivocáramos de estación, no, quizás nos equivocamos de personas, de no poder vivir ciertos sucesos, de seguir senderos errados, de tomar alternativas opuestas a las debidas, quizás; no obstante y con todo, el fluir natural sigue su curso y nos guía. La clave: dejarnos guiar por las señales.

Barcelona 04 de mayo de 2008.