lunes, 1 de junio de 2009

MEMORIAS DEL OLVIDO

MEMORIAS DEL OLVIDO
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

No sé olvidar, pero manejo bien el arte de saber perder. Alguna vez los resplandores pálidos de la luz matutina me recuerdan cosas, cosas que quizás estuvieron alguna vez en mi vida y ya no estan; es imposible que las partículas de Hitch, representando a La Nada, inunden de pronto mi materia gris y amanezca una buena mañana sin recuerdos, sin olvidos y sin nada que poder argumentar frente a un presente que fluye vertiginosamente, más si se sabe por la Resonancia Schumann, que el tiempo terrestre se acelera cada vez más, razón de más como para tener la certeza que yo tampoco podré quedar vagando en alguna nebulosa sin tiempo, sin pasado, ni presente, en algún país de la luna o en la transparencia diminuta de alguna gota de rocío.

Si no saber olvidar es tener el lujazo de descubrir, que a pesar de estar vencida de un gran tedio matador en ciertas tardes estivales, de pronto hallas toda la magia del cinemascope, en unas paredes blancas o algún techo, sin ángeles ni madonas, que te remiten hacía los cines de una ciudad perdida, que sólo viven danzando en tu memoria y parece ser la ciudad que vive y dormita detrás de un vaso de vino, que por anhelar sus efectos cargados de ternura y de nostalgia, perseguiste un día, para quedar marcada cual cristalinas notas musicales impresas en un pentagrama y cuya embriaguez dulce y dolorosa te perdió…No importa, son la memorias del tiempo, las memorias del olvido. Como diría Ciorán, —mi filósofo rumano del absurdo, que como yo, nunca quiso nacer— “Lo que ganamos en conciencia lo perdemos en existencia”. Se puede ser experta en películas como experta en decepciones, como un Philips Marlowe, personaje de Raymon Chandler, aficionado al alcohol y el ejedrez y también a sobrellevar lo que se va incrustando duramente en las entrañas. Así, Marlowe descubrió en “El Largo Adiós”, el angaño que sufrió de su falso amigo: Terry Lennox. La belleza sublime se preserva en la fragancia, sin lugar a dudas…y perduran en el tiempo mis ilusiones y mis cines, por fortuna, aún cuando ya todos se fueron a dormir y se apagó la luna.

Si no saber olvidar es vivir en medio de constantes metrallas de flash backs, de fugas y sonetos, en un intento de evadir la realidad, sortear los mapas y tras desayunar en París, sin emular a Audrey Hepburn y sin diamantes, termines cenando en Barcelona, acompañada de chelos y violines una vez más tristes y nostálgicos y otras inundada de veloces y excitantes allegros tragicómicos, en alguna plaza detrás de la ciudad dormida y palpitante, que aún mantiene el pulso de unas noches de bohemia y embriaguez, para pagar la factura implacable del tiempo, describiendo círculos concéntricos antes de dormir, recordando, sí, siempre recordando los olvidos, de aquellos armarios de la intimidad, y en el viento la percepción lúcida y vespertina de música de violines y estradivarius surgidos de la noche, atraidos por los impulsos de un siroco suave y compasivo, que llegan hacia mi ventana.… Si aquello es no olvidar, yo me quedo allí, en las fragancias, los vagabundeos de mi nebulosa sin pasado y sin presente, en las bóvedas aterciopeladas del cinemascope, con mis retornos de la luna siempre al filo de las madrugadas, despertando en Barcelona, para al fin saber, qué es una tristeza felíz y qué un espectáculo trivial y pasajero…Regresar, con los arpegios del ritornello, como los cuplables asesinos que terminan por rondar y regresar indefectiblemente al lugar del crimen.

Es posible vivir una verdad en los intersticios oscuros y tenaces de la magna memoria, razón como para no poder contradecir tampoco a Heráclito cuando aventura apostrofando: “Vivimos alucinados por la engañosa evidencia de la luz”, entonces todas aquellas formas de la ausencia, impenetrables y oscuras, cuya fantasmagoría cubre un velo piadoso del tiempo, para integrarse como una memoria dispuesta a recordarnos lo que un día fueron.

Ciertas memorias dulces y edulcoradas parecen estar marcadas por las letras de la película “Molin Rouge”, cuando enchidos de un amor arrollador, los novios emocionados y efusivos, pasean con cantos su corazón enamorado, para decir de pronto el cantante: “Qué maravilloso es ahora que estas en el mundo…Maldito el día en que el sueño termine”. Un afan de perpetuarse siempre está detrás de los olvidos que nos marcan.

Barcelona, 29 de mayo, 2009.