sábado, 25 de julio de 2009

EL LAMENTO DE LOS PARAÍSOS PERDIDOS

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El LAMENTO DE LOS PARAÍSOS PERDIDOS
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

Mirando hacia esa gran casa fue como un día descubrí a instancias de mi hermana, el lugar de donde provenía la infelicidad terrena, así fue como un día yo sentí que aquello me superaba y fue cediendo hasta despojarme del falaz paraíso terreno que una vez ideé en mi mente y en mis ilusas tardes vacías de mirar hacia lo lejos y sentirme privilegiada de participar de la tranquila y verde naturaleza del lugar. Un paraíso, era lo que un día supuse yo, que habitaba en aquel pedazo de mundo, que la poca agudeza de mis sentidos había apenas empezado a vislumbrar, cuando supe lo demás.

Llegué a creer que en algun lugar del planeta había paz, amor y libertad, pero ni la poética de la injusticia, ni la apoteosis de una feliz primavera que fluye y florece, logró evitar que mis ojos y mi corazón logren sentir ese dolor, esa infame soledad de los abandonados, de las almas buenas privadas de su libertad, que sufren y no son amadas. Siempre había supuesto que por ejemplo no había nacido para las despedidas, porque se debía decir adiós, un adíos de verdad y sin ambages, y son cosas que duelen en el alma y en el corazón. Fui comprendiendo que desprenderse de lo amado, era privarse de algo muy grande y muy querido, lo supe por primera vez a los 4 años, cuando mis padres hacían intentos inútiles para distraerme de la anunciada marcha de Rumualda, la mujer que me criaba y a quien adoraba con cierta vehemencia enfermiza; todo hacía presagiar que mi alma de pequeña niña se oscurecería hasta la médula cuando la ví marcharse de mi vida. Era una chica casi adolescente, a quienes sus humildes padres campesinos reclamaron y vinieron un buen día a apartarla de mi, a arrancarla de mi lado y llevársela consigo para la eternidad…Ese dolor aún está clavado en mi, quizas como anticipo de aquellas cosas que nos marcan para siempre y que sin saberlo se sucederán, en otras fechas, otras edades, otras lluvias por caer. También supuse que no estaba hecha para los dolores del desamor, para llorar tras los chubascos de tormenta, para olvidar los días y momentos más felices, para estar triste y no saber reír, ...pero un día los viví también…Un día el resplandor de mi ventana se vistió de gris, sin vida, ni esperanza y supe del dolor de las ausencias. Tuve que saberlo como aprendizaje del dolor, como enseñanza de lo que representa la vida fugaz, como pasajera efímera de un destino y quizas como ciudadana casual que habría preferido no nacer y estar aquí, pero ya nada podría devolverme a la negación de lo absoluto, lo que sucedió con mi llegada no tenía opción y se había convertido en algo inevitable, como si el sello de la fatalidad y el desencanto me hubieran marcado muy temprano, ese hecho que me da con cierta frecuencia la sensación de lo irremediable y me pesa con cierta asiduidad, dándome la certeza de lo inexorable y viene a constituirse quizas en mi lado más oscuro e insensato, al reflexionar sobre mi existencia.

Había criado a mi cachorro Marco en principio sin gran ilusión porque me sacaba de mi mundo y lo revolucionaba todo, pero esa sensación se fue muy pronto y se hizo querer con sus locas gamberradas, chospando como los niños traviesos y felices, destrozando sus juguetes, las zapatillas y las cosas que encontraba a su paso, se le perdonó los destrozos por pequeño e inconciente y hasta nos reimos de las marcas de sus dentelladas, desperdigadas en las cosas, como huellas de su infancia loca y muy feliz, un tanto dispersa y contagiante. De su estilo infantil y juguetón nos transmitio mucho a los mayores de la casa, fue inevitable caer rendida ante los encantos de un bebé de perro y hablarle como a los bebés o mimarlo y caer en estilos casi ñoños al tratarlo y expresarnos, con lo extremadamente gracioso y juguetón que era de pequeño. El tiempo lo ha hecho adulto y sigue siendo tan gracioso y tan amado por nosotros, que criarlo ha sido una experiencia bella y gratificante. Ingresar a su mundo me ha sensibilizado aún más con el mundo de los animales y en muchas cosas me habrá hecho a no dudarlo, en un ser humano mejor. Por otro lado, Marco no ha conocido jamás el dolor, hasta dormido, sus sueños son velados y respetado en su individualidad de hijo pródigo y mimoso, por eso algunas noches que sueña o llora durmiendo o intenta ladrar, me he preguntado yo la razón de sus pesadillas y dolores inventados, si siendo tan amado y estando tan pendientes de él como si de un pequeño rey se tratara, le suceden. Y pienso al calmarlo de sus pesadillas: “No hay caso que Marco a salido a mi de imaginativo. ¿En qué mundos se meterá dormido mientras sueña, qué batallas tendrá que librar y cuáles serán las oscuras razones de sus pesadillas?".

Marco haciendo la siesta_edited
Marco, un perro feliz

Yo que podría ser una Juana de Arco contra el mundo de los otros y quizas nunca lo seré, me he dedicado a narrar aquí los lamentos de ciertos paraísos perdidos, que acabo de descubrir y es seguro que de heroína tenga muy poco, más bien sí de cobarde e hipersensible, corazas que no me cubririan de nada, ni de las lluvias, ni me harían más fuerte para las duras batallas de esta vida, por lo que de seguro tendré que volver a llorar, por la razón de mi conciencia, mi extremada conciencia de las cosas y los seres como Marco, que veo desde mis ventanas, privados con duras cadenas de su libertad, para jugar, para chospar alegremente y que de tarde en tarde me traen una extraña y oscura pesadumbre, por lo que es la vida y por la crueldad de unos duros e insensibles corazones, que han convertido mi supuesto paraíso en un prolongado lamento que me llega desde lejos, como el reclamo y la desdicha de soportar muy mal la suerte. Por ese perro niño que no reirá, ni chospará feliz en libertad, por esos prados que miran sus ojos extenderse hasta el infinito y llora su esclavitud inútilmente y nadie le responde como a un pequeño rey, ni cuida de sus pesadillas, porque unas cadenas lo atraparon y ya nunca vivirá feliz, teniendo en cambio que dormir para olvidar que está cautivo y procurar tener sueños más felices e idear algúna infancia que jamás le arrebataron el metal de unas cadenas, ni un duro corazón de piedra, para confinarlo al pequeño y único espacio cercano a un árbol y una gran casona, donde no hay amor para otorgarle su preciado derecho a la libertad y donde jamás vendrá una Juana de Arco, compasiva y valiente a pelearse con el mundo o por ser una cobarde, o ser incapaz de ablandar duros corazones y romperle sus cadenas, para llevarlo hacia el lugar alegre y feliz de su niñez perdida y hacia la inmensa y anhelada libertad de sus felices sueños...Si jamás lo haré, para sentir ese dolor,...yo tampoco habré nacido.

Para dos perros niños que aspiraría liberar de sus cadenas. Sugerencias, no para mi mundo de idealista, soñadora, sino para enfrentarse al mundo real y a duros corazones y cadenas mentales, sociales y a gente que no ama a los perros, ni a otros animales.

Barcelona, 06 de julio 2009