martes, 18 de mayo de 2010

ARTIFICIOS Y EL ARTE DE SABER NO ESTAR



ARTIFICIOS Y EL ARTE DE SABER NO ESTAR
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

Muy a mi pesar llegué a la Vernissage de arte del barrio gótico de Barcelona, con mi amiga rusa Tatiana Kruvchenko, pero pronto fui descubriendo que me podía ser de mucha utilidad. Su estilo a lo Old Star en rebajas, su mirada perdida e indefinida, de estar mirando sin mirar, como recién acabada de bajar de una nave espacial extraterrestre, como perdida, bohemia y advenediza, arrastrando un poco las palabras y dando aspecto de caótica alcoholizada, me hicieron suponer, que bastaría presentarla, para que todos se fijaran en su exotismo y vinculándome con ella, quizás yo podía recobrar un poco mi fama de asistente, solidaria con el arte y también con esas amistades artistas y a veces un pelín extravagantes que empiezan a descollar. Sin embargo; anhelaba terminar yéndome por alguna pequeña y maltrecha puerta de la trastienda, huir de ese desconcierto, como la estela de un perfume zigzagueante que estuvo y no está, y tal vez hasta terminar diciéndome a mi misma la célebre frase de Rimbaud: “Yo es otro”; yo, puestos a pensar, que siempre había ido como buscando alter egos, sustitutos que me permitieran vivir otras vidas, gente que apañara un poco mis ausencias de apariencia inesperada, unos espejos que hablaran de mi sin tener que mencionarme.


Miré de refilón a la Kruvchenko y pensé que estaba estrafalaria, parecía ausente, cubiertas sus formas en tules, algo de cristalino y humo de tabaco tenían sus ojos, por eso pensé que todas las formas de la ausencia, tenían un poco su aspecto, su imprecisa vaguedad y su aparente formato de no pertenecer a ninguna parte, de no encajar ni aquí ni allí, sin embargo, era básicamente sensorial y emocional, un poco las partes de mi misma que yo había pasado la vida entera por intentar domar con meditaciones trascendentales, relajación y tomas de conciencia elementales, que me habían ayudado a controlar impulsos y venenosos exabruptos, en contadas ocasiones... Había llegado mi momento de jugar, de tomarme la vida en broma, de intentar escabullirme aprovechando el éxtasis que suelen provocar algunas obras de arte, los exquisitos canapés, el rincón de las bebidas, la multitud en la galería Dampier. Eh allí, la excusa perfecta, pero debía aguardar que la Kruvchenko se sumiera en una nube, que empezara a flipar con algo, en ella era fácil, amaba el arte, estaba fascinada creyendo que en cualquier momento iba a salir en portada de algunas revistas, que su atuendo atraería a los flashes como a las moscas, el dulce, la muerte y lo que empieza a fermentar y a cambiar su esencia.


Me dejaba llevar por los matices de lo transitorio, sin ganas de intercambiar palabras con el gentío risueño y de apariencia feliz, yo misma apenas me dejaba seducir por los comentarios de la kruvchenko, intentando seguir la estela de su mirada embarrada en un negro rimmel de pestañas, que parecían seguir marcando el ritmo de sus palabras, yo hacía de acompañante fiel de mi amiga un tanto majareta y delirante, ansiosa siempre de ser vista, de poder lucir sus atuendos, sus extravagancias, pero en realidad éramos totalmente distintas, yo muy pocas veces estaba cómoda en ciertas multitudes, habían días de tener la vena gregaria y otros en fin, que habría deseado ser transparente. Al instante se nos acercó una vieja amiga catalana que no me reconoció por suerte: Fina Andréu, encargada de eventos y con cierto radar de intuición femenina que nunca falla, nos dijo en catalán:


“Esteu còmodes aquí?. Desitjan tan mateix alguna guia que els expliqui?”. A mi negativa de cabeza, la encargada nos siguió interrogando con su habitual y exquisita educación y continuó: “Més enllà podeu fer servei de l’ho que vos agradi senyores…"


—Gracias —dijo la Kruvchenko cerrando levemente los ojos, un tanto cansada de andar de arriba abajo, halagada y empecinada en destacar a un mismo tiempo.


Desde entonces nuestra visita se tornó mucho más errática y desconcertante. Y mientras mi amiga Tatiana parecía buscar los objetivos de los flashes, yo intentaba encontrar alguna pintura interesante por aquel recinto, ella iba de diva en decadencia y yo de espectro de salones de exposiciones de arte… Ella parecía llevar los amarillos de las primaveras y yo los grises de las tardes de enero. Yo tenía la extraña necesidad de volver a jugar y tomarme la vida en broma, ella deseaba al parecer ser muy tomada en serio y no ser olvidada en alguna foto de algún vespertino local. Se acercó una chica hacia nosotras, otra encargada de eventos posiblemente y nos preguntó a Tatiana y a mi nuestros nombres y apellidos, que tomó muy tranquilamente, porque como nos anunció dentro de unos breves minutos al parecer se iban a rifar entradas gratuitas a conciertos, regalos o alguna escultura para los asistentes. Tatiana dio sus nombres y apellidos, yo no tuve tiempo de inventarme alguno y tuve que dar los míos, por ser los que tenía más a mano.


Cuando mi amiga me dijo que debíamos ir un rato a los lavabos, la acompañé y nos retiramos brevemente de allí, hacía calor en el ambiente y de pronto entre todo el barullo oí por megafonía que me llamaban, decían mi nombre, me quedé muy desconcertada y le dije a mi amiga por detrás de esa puerta: “Me llaman, ¿lo has oído?” y me respondió gritándome: “Tenemos que acercarnos allí” me pareció oírla desde un fondo lejano. Con aquella sensación de provisionalidad y escapista prestidigitadora miré a diestra y siniestra y pensé que podía pasar de incógnita, nadie lleva su nombre marcado en la frente y mirando a toda esa concurrencia que se aglomeraba en cierto lugar pasé mirándoles a todos con cierto descaro, mientras volvieron a mencionar mi nombre, abandoné en los lavabos de aquella fría galería a la Kruvchenko y me volví antes de abandonar súbitamente, por si me había visto o salido ya, pero no me vio, estaría encerrada aún.


Al llegar a la calle fui conciente de mis ansias de renuncias irrefrenables, de perder pudiendo ganar, un impulso desconocido me había llevado hasta allí, un frío helado me trajo a la realidad, era febrero y por las calles se oían unos festejos por carnavales, y una multitud de danzarines recorría las calles vestidos con atuendos luminosos y festivos, bastante carnavalescos, mientras se tocaban unos tambores y bailes made in Brasil, yo debía bajar hacía el aparcamiento, pero en cambio avancé unas calles más arriba, y de pronto un acto reflejo me llevó a mirar hacia esa puerta de la galería Dampier del barrio gótico, cuando me pareció distinguir a lo lejos a la Kruvchenko, mirando a un lado y a otro, al encontrarme con los danzarines yo le pedí a un muchacho adolescente que me prestara su máscara, era una hermosa máscara veneciana, la miré levemente y me la puse uniéndome a esa marcha carnavalesca, enseguida un Pierrot se despojó de su atuendo de rombos multicolor y me lo dio, no lo podía creer, pero en segundos me había unido y convertido en una paseante anónima y activa carnavalesca de aquella celebración, yo estaba alucinando, aquella marea me impulsaba a seguir y seguir, provista de mi máscara veneciana y mi traje de Pierrot, pasé por la puerta de la galería Dampier y Tatiana expectante y cubierta de su abrigo de piel, estaba detenida en aquella puerta indecisa y turbada, mirándonos pasar, la miré y le envié unos besos volados sabiendo que ella jamás me reconocería detrás de aquella máscara y disfraz, y ella reparó en mi con un pañuelo en su mano, y me dijo adiós, supuse que me estaría buscando e iría después hacia el aparcamiento para cerciorarse si yo ya me había marchado de esa galería. Me dio un vuelco el corazón poder pasar desapercibida de ella y de todos, desaparecer para todos era en verdad fantástico, alucinante, pero una gamberrada insólita dentro de todos los absurdos que pudiera vivir alguien alguna vez.

Cuando llegamos a la esquina de la misma calle, me volví a mirar hacia Tatiana y ya no la vi, entonces me deshice del traje de Pierrot y se lo di a otro bailarín, corrí fuera de esa gran multitud de danzarines alegres y festivos y ni siquiera reparé que aún llevaba mi mascara veneciana cubriéndome el rostro, bajé al aparcamiento y no encontré a la Kruvchenko, allí estaba mi coche, pero no podía irme sin ella. Muerta de frío me metí al primer bar que hallaron mis ojos, la máscara era bella y me quedé mirándola con cierta tristeza de un final de fiesta, reteniéndola entre las manos, grande fue mi sorpresa al descubrír que mi amiga Tatiana Kruvchenko, estaba sentada en una mesa tomándose un café, le di una palmadita en el hombro y volviéndose grito una sarta de palabras irrepetibles de sorpresa y enfado… Miró la máscara que llevaba en mis manos y preguntó:


¿Y eso?
Un regalo de un Pierrot carnavalesco que pasaba cerca.
Ya, uno que mandaba besos…¿Un regalo? . Eso creía yo que te habías ganado en esa galería cuando te fuiste a mirar el premio y desapareciste. Mira — me mostró una escultura envuelta en un papel de regalo, que parecía “El Pensador” de Rodín, pero en otra pose y tallado en madera.
Me gusta, es muy bonita, ¿y es mía?.
No, era tuya, ahora es mía, la recogí yo en tu nombre. ¿Y tú donde estabas ah?. Ya me verás mañana en las fotos del diario "Culturnet"
¿Yo?,mm... Bailando en los carnavales…
Sí, —dijo ella irónica—Y vestida de Pierrot mandando besos, ¡¡vaya hombre!!…Y una que es tonta y se lo va a creer.


Barcelona, 05 de marzo, 2010.