sábado, 2 de octubre de 2010

EL SONIDO DE LA VIDA



EL SONIDO DE LA VIDA
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

Siempre tuve una suerte de extraño anticuerpo de recurrir a hospitales y médicos, pero a veces cuando ya tienes una cita anticipada, te vas haciendo a la idea, más cuando de esa prueba se esclarecerá el problema inicial de salud, que fue motivo del tedioso trasiego de idas y venidas a un hospital y visitas médicas.

El pasado día 13 me tocó pasar por la prueba del ecodopler y aunque rápida y específica, fue a determinar que la irrigación sanguínea que me llegaba al cerebro era la adecuada, entonces te ponen un gel en el cuello y con el llamado transductor lo van detectando en una pantalla y en 2 colores rojo y azul. El Doppler a color vizualiza el desplazamiento de los glóbulos rojos por las venas en color azul y en color rojo el de las arterias, además de fijar si existe estrechamiento de venas o arterias, según la turbulencia de la sangre y la dirección que toman en su desplazamiento o detectar alguna otra anomalía.

Esa asepsia de los hospitales y los aeropuertos en sus espacios, transmite a su vez una gran frialdad, sólo la idea de que algún mal nos acerca, se puede preveer; una gran monotonía parece vagar por todos los rincones, un espíritu de trabajo, de archivos, historiales y material quirúrgico, bastante especializado, que parece se incrementa según el día, la hora, la estación y hasta la dolencia... En fin.

Por suerte todo ocurrió bastante rápido, mi cita de las cinco de la tarde, muy tranquila y solitaria, me atrevería a decir, pues al parecer era la única paciente esperando en esa sección del ecodopler, y una ves pasado a la consulta y tendida en la camilla, bajo las indicaciones de una enfermera, tras el cruce de saludos de rigor, se presentó la médico encargada del examen y apagó la luz, una razón más para estar relajada en una penumbra bastante agradable. Enseguida procedió a su estudio ayudada de esa gran maquinaria de alta tecnología médica, de pronto oír esos ecos del torrente sanguíneo de mi propia sangre a lo largo del cuello, me dejó una gran curiosidad y asombro a un mismo tiempo, era un sonido maravilloso, lleno de vida y bastante peculiar, lo podría describir cercano al ruido que hace una sirena de ambulancia, pero más tranquilo, igual de impactante, entonces fue cuando pensé que estaba escuchando por primera vez “el sonido de mi propia vida”, y el del torrente de mi propia sangre, esa era la diferencia entre existir y no existir, entre estar en este mundo y no estar en él, y haciendo una relación inevitable, era muy cierto suponer que si nos pudiesen oír a todos los seres que pululan el planeta, todos emitiríamos sonidos espectaculares y de gran magnitud, por tanto éramos y somos unos seres que emitíamos grandes radiaciones eléctricas especiales, con música interior.

Así como hubieron e.mails que pudieron cambiar aspectos de mi vida y nunca llegaron, encuentros inesperados y sin embargo significativos, no sabía que podía haber estado esta prueba, como algo de vital importancia, para llevarme a pensar lo que en teoría sabemos sin haber experimentado, certezas como estas, llamémosles “acústicas”, de lo que somos o formar parte de todo lo que podemos ser en este gravitante y perfecto universo de mundos y astros de elípticas infinitas bastante lejanas, que también conocen y contemplan nuestros ojos en noches estrelladas. Un macro-cósmos imponente. Ello me llevó a la reflexión de que somos réplicas únicas y en pequeño de aquellas constelaciones enigmáticas, coloridas y musicales del gran universo viviente, una gran marea inmersa en sonido donde danzaremos, una suerte de valses vieneses, participando de una gran fiesta de constelaciones micro y macro universales sin par.

En medio de esa gran miríada de sinfonías yo me detuve a contemplar danzar la vida, las partículas del polvo, las ilusiones, los seres, los fantasmas, las nubes, aquel gran conglomerado fabuloso inmerso en esa melopea. Desprovista de apegos, como resistiéndome a aquella gran corriente e intentando detenerme, como un ser dilettante, a observar a través de un ventanal la profundidad infinita del existir...En el silencio cómplice, aún sin desear oír nada de aquellas resonancias y ecos, una sensación de vértigo y marasmo se apoderó de mi, sin lograr evitar en mis entrañas un incesante fluir de sensaciones: era la vida. A menudo me embargaba ante ella, una pesarosa sensación de lo irremediable y que mi ser entendía como el principio de la iniquidad.

Posteriormente al comentárselo a una amiga, que cree conocerme, me dijo: “Ojala recuerdes eso, cuando te hundas en tu lado más oscuro y cuestiones, tus por qués y tus razones de estar aquí, ahora”…Donde estaría enlazada al parecer alguna antítesis de la casualidad, algún milagro que yo nunca había tenido voluntad de comprender, ni haber deseado saber, sobre todo en mis peores momentos. Eran al parecer miles de astros con música y bellas sinfonías—pensé, en una permanente quietud — y un solo agujero negro que me quitaba en ocasiones el aliento y las ganas de vivir, algunas veces era una sensación de ironía socrática y derrota, y otras quizás deseos de jamás haber sido...

Barcelona, 20 mayo, 2010