domingo, 23 de enero de 2011

LOS TRENES DEL DESEO


LOS TRENES DEL DESEO
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

No evocaré el libro de Tennessee Williams, las paranoias de Blanche Dubois y sus delirios de grandeza ni sus belles Rêves, por denotar a esos trenes que van pasando por nuestra vida mientras nos debatimos en los andenes de esas frías y concurridas estaciones, si abordarlos o dejarlos pasar. Iluminando con una repentina fugacidad casi cruel, nuestra conciencia y saber que existen momentos puntuales para deliberar con cierta presteza, que así llegan y se marchan raudamente las navidades, el último sabor del Dresndner Stollen, la memoria salpicada de luces multicolor de aquellos días de fiesta y comparsa, para después volver a transitar en el espacio tiempo, cargado de sombras y extensa gama de grises para ser invisibles otra ves, y quizás vivir en la realidad del blanco y negro.

Por todo eso, he descubierto algo de fascinación detrás de las “desapariciones". Admiro al entrañable Doctor Pasavento, su libérrima determinación, sus abandonos deliberados y cuasi matizados de arte y truculencias evanescentes. Adoptaría gustosa la afición Voyeurista y revestida de sadismo del imperturbable Wakefield, auto-expulsado del universo, o del veterano en la vagancia: Molloy, personaje de Beckett; seres solitarios, felices transgresores de normas y espectadores de sí mismos o me alentaría el deseo de vivir en la figura inexistente y apasionante de Benno Von Archimboldi, del genial Bolaño.

Quizás todos sin saberlo o no, nos demos una importancia mínima al emular a un Dios, que nos enseñó mejor que nadie la ironía de los Dioses del Olimpo, el destino de lo perecedero y a curtirnos a menudo con los recuerdos y las cenizas de lo que fue. Rodrigo Fresán decía en un artículo lo siguiente: “UNO En el principio era el Verbo y el Verbo era desaparecer. Porque desaparecer ha sido el acto supremo y paradojal de un Dios en particular (que después nos mandó a su hijo para que aprendiera el oficio)”. En fin, que para eso al parecer nos nutrimos de bellezas y colores, que sin el conocimiento de los agujeros negros y los túneles del tiempo, nos sería imposible magnificar la luz y creer conocer los opuestos, los atisbos de aquella ilusión manida y la tal vez mal llamada: felicidad inconstante, que no es otra cosa que la antítesis de una misma realidad, el sucedáneo que pervive y vendrá a significar el todo.

Me despierto y mientras mis sueños aguardan otras primaveras, me reconozco igualmente inconstante, a veces gris y otras poseedora de les belles rêves, me reconozco multicolor y florida y otras vulnerable y oscuramente hermética, signo incuestionable de que vivo y mi oxitócica requiere del amor para vivir, de las ilusiones y también de los sueños rotos y los fracasos, para saber que sufro y luego existo, al modo de René Descartes, o para reconocer que tras las bellas ilusiones se esconde el trajinar de los trenes del deseo y debo abordar alguno con determinada precisión o fracasar en el intento.

Barcelona, 23 de enero del 2011