LA SOLEDAD DE LAS ESFERAS
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)
Siempre volvíamos a empezar de nuevo sin pensar siquiera en la grieta que se había creado. Hablar de nuevo era como volver a tocar el cielo, se aceleraba el corazón, se hacía tarde sin pensar en el tiempo transcurrido tras el cristal del reloj andante, la niebla tenía la virtud perpetua de ir borrándolo todo, hasta los años que empezaban a asomar en forma de hendiduras imperceptibles en la piel, aquellas que van aumentando la edad a la gente de nuestra edad y a las que tú y yo recién empezábamos a temer y a ver con cierta suspicacia, porque encontrarse con “eso”, es un símbolo de todo un mundo por explicar, un cúmulo de dolores, tormentos, padecimientos mudos, insomnios, sueños rotos, ilusiones perdidas, adioses eternos, anhelos frustrados y finales caóticos de cualquier plan soñado o ilusión. Entonces la risa y volver a empezar siempre era lo mejor de esta vida, porque parecía ir provista de una eficaz amnesia con algún efecto narcótico, para volver a estar bien. Pero no obstante, maquillar esas heridas de guerra, siempre era como una ilusión infructuosa, porque jamás volvían a sanar.
Soñar, con volver a ser lo que éramos antes de conocernos, te daba pánico, yo miraba resignada la tarde, aceptando la costumbre nuestra de romper cada dos por tres, entonces una especie de sopor se apoderaba de mi, no sabía si era efecto de la hormona o la invisible ayuda de una “mano amiga” que en esos momentos se apiadaba de mi, sumiéndome en una gran pesadez y fatiga y un sueño redentor me transportaba lejos de toda realidad, allí donde parecía cargar con la gravedad terrestre, mientras una especie de fardo de inconciencia cerraba mis ojos hasta el amanecer…Ignoraba lo bien o mal que te pudiera ir a ti, pero es obvio, que la costumbre de dejarnos a menudo nos hacía menos proclives a la dependencia mutua, ya sabias tanto como lo sabía yo, que el timbre del teléfono no sonaría en el lapso de dejarnos, que los e.mails tampoco llegarían, que las horas debían cubrirse de otro modo, que la mente debía ocuparse de cosas más o menos serias, para poder permanecer en ello atrapados, lo importante era vencer la tragedia, convertir nuestra vida en cotidianidad apacible, hacernos a nuestra unicidad sin más, sin rasgos de pesar, ni diálogos internos que aumentaran el poder de nuestro tedio, hechos ambos a la vida y a los vientos que llevaran nuestras almas hacia algún averno, con la resignación de los Santos o los bobos, pero yendo sin saber siempre el porqué.
Lavándome las manos me encontré observando de pronto una gran pompa de jabón, girando en la ingravidez de una invisible peana, mientras iba cambiando de color me pregunté cosas sobre el universo, me pregunté sobre aquel ímpetu redentor, sobre esos planetas que giran y giran sin cesar, mientras el impulso de una fuerza desconocida les anima a vivir, danzando el vals de la soledad de las esferas. Reflexiono y empiezo a inferir si aquél es el baile solitario que hacemos tú y yo cuando dejamos de vernos...Pero la vorágine de perder, tu orgullo, mi resignación, parecen imponerse al destino. Las flores mueren por falta de cuidados, los seres nos volvemos mustios y grises sin amor y tú y yo pareciera que vamos poco a poco a conformar esa danza de la unicidad...Supongo es el último vals de la pompa multicolor y explotará irremediablemente muy cerca de mis manos, siento la tentación de protegerla de la implosión que se avecina, sé que no puedo, es su destino, en algún momento desaparecerá tal como empezó; aquello es la equivalencia a ser disueltos en la nada, a quedar como partículas de polvo repartidas en un universo, a caer y a caer en una gran oscuridad desconocida y sin fin, en algún agujero negro donde se esconde la inasible vorágine y donde van a sucumbir los naufragios.
Ya que hallarnos y perdernos parecía ser nuestro sino, a menudo dejábamos que la providencia hiciera su parte, una especie de implícita condescendencia parecía cubrir los hechos con manos de seda, y una gran apatía se apoderaba de ti y de mi y de toda nuestra voluntad de luchar para ganar; ya nadie debía oponerse al aparente destino y su cauce. Sin embargo, la razón del infortunio era esa, volver a perdernos otra vez, pero cuando eso llegaba parecíamos caer en la triste redención por el dolor, en un silencio cómplice y cicatero, yo dejaba vencer a tu orgullo y tú intentabas demostrar una paz indiferente, a menudo tan inexistente en ti, yo debía demostrar que había aprendido a ignorarte sin volver a perdonarte una vez más, tú alimentabas tu inquina esperando otros te dieran la razón por inseguridad, y esa parecía ser parte de tu inútil venganza, yo no esperaba ni eso, mi vida era mía y de nadie más, la llevaba en medio del silencio que anudaba mi lengua hasta el amanecer, con la esperanza de un día distinto, aguardando unirme al compás y esplendor mañanero, para volver a olvidar que alguna vez tú y yo nos habíamos conocido.
Algo de esa irrealidad intangible acompañaba sin embargo siempre nuestras vidas, tu temor a perderte para siempre en esa nebulosa sombría parecía persistir constantemente… Mientras paso ese semáforo en verde, en la retrospectiva del espejo veo perderse el sueño eterno del futuro que ideamos, y mientras sonrío tristemente voy introduciéndome sin saberlo en la misma nebulosa que tú temes, y en donde aún con la memoria y mi verdad, tengo ilusas esperanzas de encontrarte.
Barcelona, 28 de febrero, de 2011.
(Sobre una historia particular. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)