sábado, 28 de febrero de 2009

LA ETERNIDAD PERDIDA



LA ETERNIDAD PERDIDA
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

Empezando el solsticio del verano que yo detesto, era mejor estar viviendo dentro de una nevera que soportar los sopores embrutecedores de las tardes estivales, tener que huír de los calores, me hacía vulnerable, no poder tener cabeza ni para leer un libro, ni para poder pensar libremente, me hacía débil e incapaz. Quizás debía huir a Groenlandia, a las Islas Lafoten en Noruega, hacia algún paraíso perdido y menos cálido, donde poder hacer uso del cerebro. De cualquier modo esos parecían ser también los efectos del olvido, las confabulaciones del destino, las modorras, las tardes en blanco sin poder pensar, los efectos soporíferos de las horas estivales, el no existir en ningún mundo, el tener en blanco todas las hojas del moleskine, ese compañero mío que estaba de vacaciones, gracias a mi inoperancia mental, gracias al gradiente alto de las horas en las que yo parecía vegetar mirando al techo, en ese algo que yo sentía flotar mi empobrecido cerebro y era ni más ni menos que un transporte del vagabundeo universal, en el solsticio de verano, sumida en una gran amnesia e inconciencia de apariencia aeterna . Quizás la naturaleza era perfecta y yo debía morir mentalmente este verano…quizás era mejor estar así, como embriagada, sin saber ni que rumbo debía tomar, si la naturaleza de mi vida había obtenido la gracia y la benevolencia del olvido o ello contribuiría a que así fuera. Tal vez esas eran las razones por las cuales yo debía empezar a amar esos sopores insoportables y consumirme en sus fuegos, verter en cenizas mis nefandos pecados y volver a empezar de cero, …quizás.

Si de algo fui capaz, fue de volver a empezar a vivir otra vez. Algunas tardes me sentaba en el bar Marcelino y me tomaba una cerveza fría en soledad, casi como los alcohólicos, disfrutando de un gran silencio cómplice, acompañada sólo del ruido circundante de los demás, algo que no podía evitar en un sitio público. Después al pagar la cuenta, subía al piso y parecían recobrar sus formas algunos de los fantasmas de la Barcelona Gótica y oscura del medioevo, los asaltos de reminiscencias súbitas, parte de las memorias involuntarias, se hacían presentes, quizás por alguna asociación de ideas y de un modo totalmente inesperado y tenaz; entonces intentaba ciertos artilugios para ignorarlos, urdir algunas trampas, casi como buscar otras puertas de exit y salir airosa de aquel dédalo implacable y perturbador, prendía la tele, me perdía en el ordenador, jugaba al ajedrez con personas de las más diversas edades y latitudes e intentaba estar siempre dispuesta para las preguntas académicas y caprichosas de Gretchen, quien a veces parecía burlarse de mi, de mis tácticas para lograr huir de mi misma, ya no sabía si ella ignoraba también esto de la existencia de mis fantasmas, si ella adrede intentaba ayudarme a matar a la italiana o si así deseaba afirmarme más como I. M * (iniciales de mis nombres) o si en cambio estaba incrementando en mi una suerte de estrategias para conseguirlo mejor, lo cierto es que las circunstancias me eran propicias, cuando no, quedaba el moleskine siempre a la espera de ser abordado.

Gretchen, que había intentado no sólo robarme la identidad, cometiendo más de una locura en mi nombre, quien no sólo se había leído toda mi correspondencia de amor vía e.mails, sino que se había estudiado a fondo mi vida, mis estados de ánimo, que había intentando fervientemente escribir como yo, con mi léxico, usando mis propias filosofías, reflexiones y mi estilo, creyendo ser ella mi alter ego, suponiendo que así me reivindicaba de algo o de alguien que me había hecho daño y se creyó fuerte para defenderme y cobrarse una revancha en mi nombre, sin yo haberlo sabido ni deseado; ojala habría podido defenderme de aquellos fantasmas, incluso de la dama italiana de la postguerra. Sin embargo, el único perdón cómplice hacía Gretchen fue saber que Nepertine no me había creído. Lástima, si la verdad no es creída y no se te otorga siquiera el beneficio de la duda, pero yo tampoco fui capaz de ahuyentar a los otros fantasmas de Nepertine, ya tenía mucho con los míos. Sin embargo, no pude explicar nada a Nepertine, porque de antemano ya me había condenado. Ella, que no había sabido leer el mensaje subliminal de ayuda que le pedí y tampoco me preguntó nada, antes de aplicar su acostumbrada severidad conmigo y condenarme de antemano. ¿Qué podía importar ya que delatara a Gretchen y explicara todo?. Nada. —Gretchen, que quiso estar condenada a cadena perpetua conmigo....Y cuando la reprendí duramente por sus actos, llegó a pedirme perdón por su extraña obsesión por mi, por su locura e impertinencia de hacer cosas en mi nombre, sin yo saberlo.—

Lo que de verdad me hirió y pudo hacer más daño, fue cobrar conciencia de la eternidad irrecuperable, de haber perdido la eternidad, aquella triste y bella eternidad suspendida en el compás del tiempo, en todos los futuros por llegar, en los mañanas y el devenir perdurable de cada día por nacer, en aquellas palabras adversas de impotencia que vertí, en las que yo jamás había creído, ni pensado y las suyas que me condenaron, repitiéndose por siempre en la melopea del tiempo, en esa triste y bella eternidad, en la elíptica invisible que propulsa a los astros a seguir su rumbo; el no poder ya virar las cosas hacia el lado bello, sensato, y en cambio quedar en el triste y oscuro para una eternidad, la imposibilidad de regresar ya hacia el tempo del allegro y perderse todo en un agujero negro sin final, como si yo jamás hubiese expresado amor y toda la gama de sentimientos armónicos, acordes al bienestar y a la grandeza de mi alma, jamás hubiesen sido. Ese fue no obstante, el sentimiento real de mi corazón, ante el inevitable destino que parecía cernirse sobre la verdad. Una verdad que Nepertine nunca quiso oír, ni preguntar y prefirió ignorar.

Pero con el paso de los días perdoné a Gretchen y también a Nepertine, porque desee poder vivir en paz conmigo misma. Este fue mi gesto más noble y más digno y lo que me guió a continuar tranquila, a no tener que esperar el indulto eterno de los condenados a muerte, ni a tener que acreditar ante el carcelero mi buena conducta para estar bien y sentirme libre. Todo lo contrario, la vida fluye y se transforma en un continuom incesante, las ocupaciones cotidianas hicieron su parte, las nuevas responsabilidades asumidas, el ritmo a veces trepidante y frenético de los antros universitarios, todo ello; y hasta mis noches oscuras pobladas de estrellas mantuvieron el mensaje eterno de esa única verdad. A pesar de la niebla calina, de los efectos del olvido barnizando alguna bella infelicidad y del estío que me despertaba a ratos por las noches, para volver a tomar conciencia del lado oscuro del sol y de lo que es la gran eternidad y el tiempo gravitante, doloroso y perfecto.

Barcelona, 02 de julio 2008.