jueves, 26 de febrero de 2009

LA ÚLTIMA NIEVE PIRENAICA



LA ÚLTIMA NIEVE PIRENAICA
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

El último reducto de mi imaginarium me llevó hacia lo ignoto. El tiempo estaba perdido fuera de mi ventana —como perdidas y errantes tu voz y la mía— gotitas de lluvia pugnaban por caer sin terminar por decidirse. A lo lejos veo pintadas de azul las montañas nevadas de los pirineos, su perpetuidad blanca no es lo que era, pues en otoño parecen diluirse sus marmóreos pálidos, a favor de tonalidades lilas o marrones, pero es extraño, como todo ahora, será el cambio climático o mis últimas mudanzas, lo que desconcierta al personal que me mira de reojo, y ni a mis hermanos, a quienes les ha dado por llorarme o reconocerme con una cierta dificultad últimamente, quizás porque me vestí de rojo como Mefistófeles, una forma más de huir para evadirnos tú y yo del tráfago citadino y quedar en la molicie.

Es febrero, me encandilan aún sus sucintas algas, van quebrando mis anhelos, trepando hacia mis piernas, tengo frío, un frío que congela. Bajo el agua vacía me he quedado tumbada, en aquel cauce cual lecho de rosas, gracias a ti, sí; descubriendo la palabra de Muriel Barbery, esa chica marroquí de Casablanca, es tan joven he pensado, enhorabuena, está su vena creativa, un ingenio realista y crudo, de aquellas cosas cotidianas que suceden a diario y nadie comprende, ni se empeña en comprender. El libro no es de amor, ni de celos, tampoco de tristezas ordinarias, ellas son dos seres inteligentes y naturales, como una flor silvestre; la crueldad de una vida simple, una portera, una niña genio, y un secreto. “La Elegancia del Erizo” ha tenido buenas críticas y le hallo un sabor de marzo, cercano a primavera. Por suerte no es el libro que robé la otra noche del Carrefour, aquel costaba cinco euros y quise presumir de mis dotes de ladrona, a falta de talento para robar corazones.

Estoy sola, nada mejor que la soledad elegida, es mi salsa, estoy de suerte. Desbarato y compongo este desierto. Aún me quedan el frío de este invierno, las salidas nocturnas, porque no existo en las mañanas, los recorridos pedestres con mi niño, el camino hacia la fuente, algún pretexto fácil para encontrarme con los árboles y abrazarlos como antes. Aún me niego a aceptar esas invitaciones para frecuentar locales nocturnos de Barcelona, tomar copas o bailar, hay tantos corazones solitarios y desasosiego, me he dicho; me detendré a mirarme en la consola, a presumir conmigo misma de ser fuerte y aguantar, quien sabe si para seguir creyéndome poco adulta y continuar con mis torpezas de ser aún una “enfant terrible“ y peligrosa del Underground, correr o seguir corriendo por la proeza de conseguir besar tu boca.

Me quedan si las madrugadas y esas noches en blanco, para trabajar en los trabajos que no reportan dinero, ni te puedan aliviar, y por lo cual tu y yo seremos eternamente diferentes, para pensar en los pensamientos a los que sucumbieron Plinio, Aberroes o Pascal. Disfrutar del “dulce far niente”, porque sí, para nada o enmudecer con las lágrimas que me provoque el Spleen de un vino tinto y añejo. Dormirme cansada abrazando a Giovanni Papini, o a Guy de Maupassant, siéndole infiel a Colette, para mañana seducir a Carson Mac Cullers y bailar con ella hasta el amanecer, en la habitación contigua y cerrada que habitaba mi hermana y en donde me suelo quedar yo desde hace un año, hablándole de mi, de ti, de lo que fuimos o pudimos ser, al compás del saxo dulce y melancólico del Gato Barbieri cuando suene el Smooth Jazz, o me invite ella de su café triste y otros cuentos, para noctámbulas como yo y hagamos migas hasta caer rendida y volver a perderla en cada amanecer.

No lo sé, está el mundo, el FNAC, para buscarme un libro y seguir con mis veleidades y amoríos literarios. Está Friskie, para seguir practicando el castellano, mis pies para tocar tus algas trepadoras, el veneno que me tomé y me quitará la sed, siempre yo para mimarte o quedarme como esas gotas de lluvia afuera, en la intemperie, trepidante,… sin terminar de caer.