viernes, 15 de mayo de 2009

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NUESTRAS ASPIRACIONES
(Por Gina Martínez-Vargas Araníbar)

Nuestra humana condición nos otorga la prerrogativa de aspirar. Bien podemos decir que todos o casi todos somos aspirantes, porque perseguimos alguna finalidad en nuestra vida. Nuestros propios sueños nos convierten en perseguidores de ideales que deseamos concretar.
Ya el insigne pensador Henri Bergson, Premio Noble de Literatura 1927, nos decía en su estupendo ensayo: “La Risa”, que el hombre es precisamente la criatura que entre otras cosas, se diferencia de los animales, por su capacidad de reír. Es esta una buena e incuestionable verdad.

¿Pero tendrá un animal ideales y aspiraciones, que no sean sus usuales apetencias, estrictamente formales para satisfacer sus necesidades primarias?. La respuesta es obvia.

Aspiramos los humanos por la necesidad de ver satisfechos nuestros ideales y objetivos. Aspiramos, porque nuestro nivel de aspiraciones podría ser concretado, porque es posiblemente nuestro asidero para poder crecer mucho más espiritualmente y quizá sólo porque queremos ser mejores cada día.

Existe una variedad de seres en nuestro mundo y mientras mayor sea cuantitativamente la gama de estas personas, mayores serán las diferencias. Desde luego, los habrá conformistas, chatos de miras, mediocres en cuanto al bajo nivel de realización personal etc. Es posible que estos seres estén muy lejos del título y contenido de nuestro artículo; aún cuando posiblemente podría serles de alguna utilidad o al menos, ser la chispa de su oculto y apagado sendero, falto de razón y sustancia.

Comúnmente, nuestras aspiraciones vienen cargadas de esperanzas, es preciso ser fuerte para sobrellevarlas; podremos flaquear muchas veces en el camino de realizar nuestras aspiraciones, pues siempre tendrán la similitud de una joya lejana y serán caras, se nos aparecen como retos fulgurantes y nos animará o nos abatirá la ironía de su rutilancia al presentársenos. Y cuando nos proponemos alcanzarlas se polarizan nuestros estados. Somos fuertes y eufóricos cuando nos ideamos conseguirlas; luego, somos pesimistas cuando nos está costando el obtenerla y se nos presenta distante, cual espejismo para nuestros denuedos. Es tremendamente insufrible la idea de perderla, y nuestro punto de mira se convierte en ambición.

Es preferible tener la psicología de triunfador, porque la aventura resultará algo más que un desafío y porque se estará dispuesto a volver a levantarse si se es vencido, y no plantearse la alternativa de que deja o se apoca ante la valla del camino. Éstos jamás verán cumplidas sus aspiraciones.

Hace poco me hizo reflexionar un pensamiento de Harold Nicholson, el cual dice: “Cada uno tiende a juzgarse a sí mismo por sus ideales, pero juzga a los demás por sus actos”, cuánta certidumbre encierran estas palabras, aunque en principio, uno debería obviar estos juicios, a no ser que pudiesen serle a uno mismo de utilidad, para mejorar o enmendar errores.
Nuestras aspiraciones, son y pueden ser muchas, debido a nuestras propias tendencias, son cabalmente aquellas metas que acabamos de alcanzar o las que aún tenemos como ambición de concretar. Nuestras aspiraciones podrían tener una cierta analogía con los escalones que iremos ascendiendo gradualmente en la vida.

La historia está plagada de casos de grandes personajes, que tuvieron que vencer una serie de obstáculos, de los más insólitos, para al fin hacer posibles sus ideales y aspiraciones en la vida, luchando incluso muchas veces contra sus propias inaptitudes y desventajas, para convertirse más tarde en lo que fueron.

Nos preguntaremos ¿logramos siempre nuestras aspiraciones?, la respuesta es lógicamente que no siempre lo conseguimos.
Existe un grado de frustración al no alcanzar nuestras aspiraciones, sean estas de cualquier naturaleza; éstas frustraciones pueden tomar dos rumbos: 1.-) Asumimos y encaramos que no hemos logrado nuestras aspiraciones, que en definitiva no ganamos. 2.-) Nuestra frustración se nos presenta como un fracaso y nos “achicamos” ante la situación. Recordemos que siempre un fracaso de nuestras aspiraciones, por pequeñas que estas sean, nos preocupa, no deja de inquietar y conturbar nuestro espíritu.

En todas las edades de nuestra vida, las mismas aspiraciones y motivos, no tendrán el mismo significado siempre, es de suponer que van cambiando conforme vivimos y vamos obteniendo y logrando superar ciertos peldaños, por ejemplo, para un niño de 5 años, su aspiración más grande podría constituirse en volver a ver a su madre, que está ausente por un corto tiempo en otro lugar; mientras que para una joven de 16 años, su aspiración más grande podría ser ingresar a la Universidad, para un padre o madre, quizás será dejar un legado moral o subjetivamente valioso a sus hijos, aunque éste no sea del orden material etc. Tampoco olvidemos que en la vida hay que saber perder y ganar; los juegos de nuestra infancia son una terapia muy aleccionadora en este sentido, allí es cuando comenzamos a avizorar las primeras sombras del fracaso y los primeros destellos del triunfo.

Como colofón, nada más exhortar al denuedo tenaz e incondicional, por ver realizadas nuestras aspiraciones, sin olvidar un importante aunque manido dicho: “Querer, es poder”. Sí, por nuestras aspiraciones, aunque arrecien las tormentas de la vida.

9 de junio de 1980.