miércoles, 25 de febrero de 2009

¿POR QUÉ ESCRIBE USTED?



¿POR QUÉ ESCRIBE USTED?
(Por. Gina Martínez-Vargas Araníbar.)


Este era un artículo aparecido en el diario francés Liberación el año 85, cuyos entrevistados se limitaban a aducir, las razones por las cuales se habían visto motivados interiormente a escribir sus obras.


Ante tan seductora interrogante, me puse a descubrir aquello que me toca como novel en el ejercicio de las letras. ¿Qué hacer entonces cuando sucumbimos ante la pluma y el papel?, como lo haría cualquiera con vivo apetito, ante un suculento plato que tuviese al frente. Creo obtener tácitamente la respuesta: escribir.


La pluma en todos los tiempos, nos ha facilitado obtener conocimientos y experiencias de quienes nos precedieron; digamos, que acercándonos a esas creaciones literarias, estamos más cerca al descubrimiento por sí mismo, del hombre, del mundo, puesto que no hay nada, en absoluto, que no haya sido escrito y abordado de alguna manera. De este modo, no estaré muy lejos de la verdad al afirmar, que en el campo de lo escrito, nada nos es vedado.


Cabría el preguntarnos sobre la evidencia de la tan mencionada inspiración, impulso interior que intercede cómo factor e incita a escribir.
No olvidemos que la pluma de nuestros afamados filósofos, tuvo a bien plasmar las más etéreas disquisiciones filosóficas y ambiguos conceptos de los enigmas del más allá, cual si raptos súbitos clarificaran el fruto de silentes cogitaciones y conservaran sus siempre polémicas ideas.

¿Ha de ser la inspiración aclamada por nuestros poetas, razón natural, —como al cambiar con el clima la química del cuerpo, los iones del aire con carga negativa, producen un exceso de serotonina en el cerebro, se ha investigado a la postre, causa insomnios, depresiones e intentos de suicidio?. Tendríamos entonces que consideran la existencia de “extrañas y exteriores” influencias, por llamarlo de alguna manera, que desde antiguo se decía tomaban parte en el numen del escritor o artista, tal como vendría a juicio de Platón al referirse a la inspiración: “No es mediante el arte, sino por el entusiasmo y la inspiración, que los buenos poetas épicos componen sus bellos poemas. Conocí, desde luego, que no es la sabiduría la que guía a los poetas, sino ciertos movimientos de la naturaleza y un entusiasmo semejante al de los profetas y adivinos”. En el Fredo considerando a la locura como de origen divino, escribe: “La tercera forma de posesión y de locura, la que procede de las musas, al ocupar un alma tierna y pura, la despierta y lanza a transportes báquicos que se expresan en odas y en todas las formas de la poesía”. Este juicio es la teoría que ha originado diversas tesis (posiciones) que unen la locura con la poesía, creando una literatura psicopatológica del arte.

Estas consideraciones que otrora vendrían a ser parte del pensar común de aquellos, cuya propensión inclinada a la escritura, con los años es posible que haya ido desvaneciéndose, a favor del talento y el simple propósito intelectual de hacerlo; no obstante, quienes hasta hoy han libado de la singular complacencia que trae el escribir, no niegan su experiencia ni rehúsan afirmar, que en efecto hay mucho más que aprovechar al margen del talento, propósito e intelecto. Georges Duhamel, novelista francés, cuenta como aprovecha instantes peculiares de rapto: mantengo siempre junto a mi en la noche, una libretita con un gran lápiz, y cuando me viene una idea la anoto en la oscuridad, a tanteos bajo una forma estrambótica; porque es necesario desconfiar de la memoria: los pensamientos sólidos no vuelven siempre y conviene no dejar escapar esta sustancia”. A su vez la poetisa Alfonsina Storni, sensible e inquisitiva pone: “¿No es por otra parte, el poeta, un fenómeno que en sí mismo ofrece pocas variantes, una antena sutilísima que recibe voces no se sabe de dónde y que traduce no se sabe cómo?”.

De la certeza de “extrañas influencias”, he hallado muchas evidencias de este tipo, que no hacen mas que corroborar las narradas por varios escritores, quienes están convencidos que de algún modo, su obra y personajes forman parte de alguna otra realidad, la cual palpita y vive un mundo en completa independencia de él y por tanto los acontecimientos se suceden sin que necesariamente te determinen y no dejan de sorprender a su autor, con los más imprevisibles e inesperados sucesos. Remitiéndome a los testimonios he de incluir algunos: Dickens declaró: “Yo no redacto el contenido de un libro, sino que lo veo y reseño.”

Roland Dorgeles expresa: “El novelista se deja conducir por sus personajes, no es el escritor quien modifica el plan que se ha trazado de antemano, son ellos los que lo arreglan a su idea, si esto no se verifica, es que no se trata de seres que viven. Para que existan realmente me bastaría vestirlos y colorearlos.”

A su vez, William Faulkner agrega: “Siempre hay un momento en el libro en que los personajes mismos se revelan, asumen la dirección y terminan el trabajo.”

Luego, es dominante la influencia y la fuerza que la obra ejerce sobre el escritor, cual si precisamente tuviese la prerrogativa de poder “ver” en otro lado los acontecimientos de su obra. Flaubert decía a Taine que las figuras de su imaginación lo afectaban: “Me persiguen o mejor dicho, soy yo quien vive en ellas; cuando describía el envenenamiento de Emma Bovary, tenía un gusto tan perceptible a arsénico sobre mi lengua, que sufrí dos indigestiones.”

El biógrafo de Thackeray explica que éste al encontrarse un día con un amigo le dijo en tono sobrio: “Hoy he dado muerte al capitán Newcomes.” —y luego le leyó el mismo día el capítulo de The Newcomes, en el cual se describía la muerte del capitán. “Thackeray estaba tan excitado por la lectura, que sólo pudo efectuarla, con una voz apenas perceptible. También la muerte de Ellen Pendennis le afectó tan dolorosamente que estaba llorando.”
A la pregunta ¿por qué escribe usted?, connotados escritores nos confiesan y revelan sus profundas razones, muchas de ellas muy disímiles al escribir como actividad literaria. El Nóbel 82 García Márquez, diría en esta ocasión: “Escribo para que mis amigos me quieran cada día más”. Giorgio Manganelli afirma: “Escribo para compensar mis manifiestas inaptitudes”. A su vez Balzac diría alguna vez: “Escribo para ser rico y célebre”.

Los hay de los más diversos motivos; pero, ¿será más escritor (en el sentido del término), aquel que llevado por una extraña necesidad, vuelca sus palabras en una página, que quien imbuido de ambiciones diversas hace literatura?. Recuerdo un libro muy especial que me llevara a la injerencia de cuestionar dicho asunto. En “Cartas a un joven poeta”, Kappus, se descubre a Rilke como un novel poeta y remitiéndose a él, espera obtener su concesión de avalar su capacidad como poeta o en todo caso dejar de serlo; a cuyo texto R.M. Rilke habría de responder: “Nadie le puede aconsejar ni ayudar; nadie, solamente hay un medio: vuelva usted sobre sí, investíguese la causa que le impele a escribir. Examine si ella extiende sus raíces en lo más profundo de su corazón. Confiésese si no le sería preciso morir en el supuesto que escribir le estuviese vedado. Esto ante todo: pregúntese en la hora más serena de su noche: ¿debo escribir?. Ahóndese en sí mismo, hacia una profunda respuesta y si resulta afirmativa, si puede afrontar tan seria pregunta con un fuerte y sencillo “debo”, construya entonces su vida según esta necesidad, su vida tiene que ser hasta en su hora más indiferente e insignificante, un signo y testimonio de este impulso. Una obra de arte es buena cuando ha sido creada necesariamente. En esta forma de originarse está comprendido su juicio: no hay ningún otro”.

Cuando la literatura ya no está supeditada únicamente al numen y entonces el escritor advierte una necesidad a ultranza, habremos de pensar que las motivaciones son parte del mundo interior, el cual como dijera Sartre, está en necesidad de paz, pues el escritor desde que nace, tiene movida su propia guerra dentro. Entonces, cabría cuestionar ¿qué tal grave es este mal silente, que mas tarde ha de convertirse en expresión necesaria?. Ya dirían otros escritores contemporáneos ante la pregunta, ¿por qué escribe usted?, hurgando en su interior, como Juan Rulfo al responder: “Ignoro por qué escribo, tengo la necesidad de escribir algo que creí haber visto en sueños”. Ante la interrogante Borges, el frustrado Nóbel argentino, apostillaría: “Escribo para responder a una urgencia.” Luego, aduciendo a esta necesidad, Ernesto Sábato nos descubre una confesión ante la pregunta: “Escribo porque me es absolutamente necesario, de otro modo podría morir de tristeza. He escrito en mi vida porque si no me moría, obedeciendo a impulsos muy profundos y oscuros, tan profundos y oscuros como los que producen los sueños y las pesadillas.”

De este modo, si las imposiciones del medio ambiente inferior lograran contener la pluma de estos hombres truncándolos, acabarían por descubrir su cojera literaria en cualquier otra actividad de sus vidas, su fracaso no hallaría paz, puesto que por intrínsecas convicciones, por vocación y necesidad les sería imposible determinar el sino de sus vidas.
Es claro, entre los mismos escritores las diferencias son marcadas, habríamos de pensar en las mil maneras que diferentes personas habrían de definir un mismo paisaje, puesto que la psiquis de cada escritor es una expresión de la realidad.

José Ingenieros, distingue 4 grandes tipos mentales simples de escritores: los observadores, los analistas, los soñadores y los sintetizadores; no obstante estos tipos mentales no se observan jamás en estado de pureza; puesto que ningún escritor es exclusivamente receptor de imágenes, analizador de impresiones, forjador de fantasías o generalizador consuetudinario. Por tanto, estos cuatro tipos de actividad mental coexisten en todos los escritores.

Entonces, si nosotros enamorados de la pluma debiéramos preguntarnos una vez más sobre el porqué de tal propensión, miremos dentro antes de responder y sabremos descubrir como en lago prístino, la verdad que nos impele a escribir. Acaso seamos canal, como algunos quisieran aseverar arbitrariamente y quienes por medio de cierta inducción, estemos a merced de ejecutar un contenido, cuya traducción llevemos a cabo en el rapto silente de nuestro magín.